Por Soledad Durazo
Un querido amigo me platica que el más valioso consejo lo ha recibido de su padre, una tarde en el valle del Yaqui, cuando entre el escocés y las aspiraciones había un largo trecho que recorrer. Su padre le dijo a mi amigo: “M’ijo, lo único que le voy a recomendar es que no se junte con tontos (Usted puede ponerle el calificativo que más se ajuste a esa imagen), sáqueles la vuelta, le dijo, lo van a volver mediocre y arrastrado”.
Mi amigo siguió al pie de la letra la recomendación de su padre y hoy es un hombre que transita con la madurez que dan los años y la riqueza que da la experiencia, pero, además, lo hace, creo yo, con la conciencia tranquila porque ha hecho y dicho lo que ha querido cuando ha sido ocasión y ha pagado o gozado sus consecuencias.
La referencia viene a cuento porque cuando se trata de tomar buenas decisiones, y en este caso me refiero específicamente a la elección de nuestros gobernantes, es muy importante ver de quienes se rodean.
De entrada eso nos habla de lo que podemos esperar de ellos o de ellas.
Los tiempos actuales demandan gobernantes, lideres con apertura de miras, con aspiraciones, no con aires de grandeza en los que pueden buscar ocultar sus inseguridades; líderes que nos lleven a aspirar a mejores niveles de bienestar y no que estén rodeados de gente gris que no le haga sombra. Que se rodee de gente con la capacidad y, sobre todo, el valor para señalarle las equivocaciones que pudiere estar cometiendo y no sea un equipo de gente temerosa de perder su empleo o de caer de la gracia del jefe.
Y muy importante también, el gobernante requiere de gente cercana que le recuerde que es humano, que el poder es pasajero, y que le rompa la burbuja de ambiente controlado en la que frecuentemente se sumerja la gente de poder y termina creyendo que esa su realidad o la que le pintan sus colaboradores, es la que vive la mayoría de los gobernados; suelen estar equivocados.
—
www.soledaddurazo.com
@SoledadDurazo